Todavía en el colegio se enseña, casi del mismo modo que en los tiempos antiguos de mi niñez, que el territorio nacional tiene una superficie de 756.650 km2. Esto, en realidad, corresponde sólo a la superficie de la loca geografía continental e insular de Chile. (sin sumar la Antártica chilena). Tan arraigado está ese concepto, erróneo, que algunos legisladores todavía declaran que nuestra Patagonia representa un 34% del territorio chileno, por citar un ejemplo. Lo que en nuestra nación no se enseña con convicción y orgullo es que, en realidad, esos 756.650 km2 representan menos del 20% del verdadero territorio chileno, compuesto por una zona terrestre y otra marítima.
En Chile no existe una plena conciencia de que el país ejerce soberanía sobre su mar territorial de 12 millas marinas, sobre las siguientes 188 millas marinas que conforman su zona económica exclusiva y, además, sobre las 350 millas marinas que rodean nuestras islas polinésicas de Rapa Nui y Sala y Gomez, en pleno océano Pacífico. En verdad, el mar chileno continental e insular (sin la Antártica chilena), tiene una superficie total de 3.490.175 km2. En este contexto, nuestra vasta y muy apreciada Patagonia representa sólo un 6% del verdadero territorio nacional.
Así, en términos de superficie, Chile es más océano que tierra. Chile es mar. Nuestro territorio marítimo no sólo es extenso, sino que único, riquísimo y desconocido en su gran mayoría. En el país no hemos realizado esfuerzos exitosos para lograr un convencimiento profundo de pertenencia, orgullo y una conciencia marítima nacional. Muchas veces nos quedamos sólo con la frase «…Y ese mar que tranquilo te baña, te promete un futuro esplendor…». Ese mar no sólo nos promete un esplendor futuro, sino que ya no ha dado un esplendor excepcional. Es frente a su inmensidad que somos ciegos, ya que sólo vemos su superficie. Es su belleza besando el desierto en el norte, acariciando los hielos milenarios del sur; es su riqueza, biodiversidad y variedad pesquera, única en el mundo; es su compleja red de interacciones que nos plantea desafíos de manejo, sustentabilidad y conservación, y es todo aquello que nos queda por descubrir. En general, vivimos aletargados e inconcientes de esto.
Es difícil enderezar un árbol que ya creción chueco, y corregir la conducta de los adultos. Por eso, la apuesta debe ser la de contar con una nueva generación de chilenos que sientan orgullo y respeto por su mar. Lo primero que deberíamos enseñarles a nuestros niños es que «Chile es mar». Chile fue un mar para Neruda en «Terremoto», una de sus obras menos conocidas. En ella les cantó así a sus habitantes: «Peces, mariscos, algas/ escapadas de frio/ volved a la cintura/ del Pacífico/ al beso atolondrado/ de la ola, a la razón/ secreta de la roca».
Chile es mar para los pescadores artesanales, con los que tanto converso. Para ellos el mar es «la mar», la madre mar. Los chilenos también deberíamos aprenderlo, para lo cual necesitamos planes de estudio escolares más creativos.